Buenos días, buenas tardes, buenas noches

BUENOS DÍAS, BUENAS TARDES, BUENAS NOCHES


    
El día amanece, pero no siempre lo hago yo con él. Este soy yo, al descubierto, aún molesto por la luz que se cuela en mis pupilas hasta ese momento llenas de vacío. El día comienza, puedo seguir durmiendo o puedo decidir escuchar una clase online, leer, ver una peli o una serie, jugar a algún videojuego o escuchar un poco de música. Pero lo que nunca falla es el café con mi padre antes de que él se marche al trabajo. Solemos ser de los primeros en el bar. No los primeros, pero estamos entre los que inauguran el bar más concurrido de mi barrio. El bar de Luis e Isabel. El bar "Oporto Cristal". Inmejorable este sitio. Buenos días.




Mi portátil es mi segundo cerebro. Lo compré (bastante caro, quizá demasiado) hace unos dos años, pero va de maravilla -mejor que mi cerebro, de vez en cuando-. Estando solo en el salón, paso la mañana revisando el correo, entreteniéndome, trabajando un poco y dejando pasar el tiempo. Siento que lo dejo pasar demasiado. Junto a la pantalla de mi móvil, es quizá el objeto que más observo a lo largo del día. Como ahora, mientras escribo estas líneas y escucho música que me inspira a seguir haciéndolo. Cuando escucho música, escribo más ágilmente. Quizá escriba un libro. No lo sé.




Tras la hora de comer, toca salir de nuevo, para tomar el segundo café. En la imagen, uno de los gestos más repetidos en todo el planeta en los últimos meses... y probablemente en un futuro en el que el tiempo parece estirarse -se nota ya en el presente- y aplastarnos como una atmósfera densa. Los tiempos muertos están más vivos que nunca. Pero salgamos a la calle, a tomar otro café, como marca el ritual diario. Buenas tardes




El día pasa del azul de un ambiente enrarecido ya desde marzo al marrón, casi neutro en sus sensaciones, de esta tarde de noviembre, donde el café intenta, como hace la piel de un oso pardo, dar calor a los cuerpos y a las almas. Abajo, mi mano cerca de mi café; a la derecha, la de mi padre; al fondo, mi hermana, degustando un poleo menta mientras la mascarilla que cuelga de su oreja derecha delata su presencia. Somos frágiles: un café recién hecho nos quema la garganta; uno más reposado nos anima el pulso. Algo de color se vislumbra.




De esta imagen -prefiero no llamarla fotografía por lo que sigue- solo daré dos explicaciones al lector. La primera es que la imagen tiene trampa, pues no es un día cualquiera: celebrábamos el cumpleaños de mi hermana, el 14 de noviembre. Pero la he decidido incluir en este reportaje por la segunda razón, y esta es un doble consejo. Por un lado aprende de los animales a ser cariñoso de manera desinteresada. Por otro recuerda que tu madre es el motivo más remoto y a la vez más arraigado en ti: tú estás leyendo esto porque ella te mimó durante nueve desafiantes meses. Tu madre, sea como sea tu relación con ella, es el regalo de tu vida. Momentos cálidos merecen tonos acordes a ellos. Frente al frío de las calles, el calor del hogar. Tengas o no tengas hogar, seas quien seas, te dejo que te apropies de esta imagen y la hagas tuya, si lo necesitas. Y si no, también.




Llega la hora de irse a la cama. Para unos es la hora de dormir; para otros, la de pensar, rezar o amar. O todas estas cosas a la vez. Para mí no es más que la hora de sentirme cómodo en unos pantalones anchos y suaves, intentar no pensar demasiado y prepararme para abrazar el sueño. Ahora he comenzado una larga novela de terror. No es más que un detalle. Solo espero terminarla en no mucho tiempo. Aunque, pensándolo bien, un ser de proporciones ínfimas nos ha dado a algunos todo el tiempo del mundo, eso sí, para quitárselo, desgraciadamente a otros tantos a los que jamás pagaremos la deuda que tenemos con ellos. Pero no dejes que este azul grisáceo te vacíe el alma. Solo es la hora de dormir, y todo esto que está pasando es solo un pestañeo cósmico. Buenas noches.

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